EL MILAGRO DE LA LUZ
Existe un viejo monasterio (data de 1138) en un pequeño pueblo (con 18 habitantes censados en la actualidad). Lo empezó a construir un Santo Ingeniero: San Juan de Ortega que fue discípuloy colaborador de Sto Domingo de la Calzada. Es lugar de visita y paso en el Camino de Santiago. También es albergue de peregrinos y , en los tiempos en que el que les habla hacía estos caminos, aún vivía el cura alberguero que invitaba a sopas de ajo cada noche a los que pernoctaban en él. En aquellos años, los peregrinos llegaban exhaustos después de atravesar los peligrosos Montes de Oca, plagados de maleza, bandidos y alimañas.
Este monasterio (en el que la escritora Matilde Asensi situó la escena de alguno de sus libros, en concreto Iacobus y Peregrinatio) tiene resonancias jacobeas y templarias y, además una joya única: un hermosísimo capitel triple con un espectacular efecto de luz en los equinocios. Se trata de la perfecta sincronización del paso de un rayo de sol desde un ventanuco estratégicamente situado en la pared que ilumina progresivamente cada suceso de la Natividad. Estos efectos equinociales están presentes en numerosos lugares y fueron construídos casi desde el principio de la humanidad. El hombre ha sentido siempre fascinación por los ciclos solares. Desde Stonehenge (en el condado de Wiltshire, Inglaterra, a unos quince kilómetros al norte de Salisbury) hasta la Pirámide Chichén Itzá el día de equinoccio cuando desciende la serpiente emplumada Quetzalcóat en México, pasando por los zigurats babilónicos, las pirámides egipcias, etc. ¿Quién no se ha sentido fascinado por la escena de la película "Indiana Jones en busca del Arca Perdida" cuando el cabezal del ojo de Ra proyecta su rayo de luz sobre la sala de mapas? ¿Quién no se ha maravillado de los efectos de las sombras en los bordes de la escalinata de la pirámide azteca imitando el movimiento de una serpiente cuando el sol se levanta en el horizonte?
También en muchos otros templos cristianos los arquitectos han intentado aprovechar estos efectos para impresionar a los fieles.
Cada 22 de septiembre (equinocio de otoño) y cada 20 de marzo (equinocio de primavera), el sol se situa en linea con el plano del ecuador terrestre. Durante ese día, en el ecuador, los días igualan a las noches y la fecha marca el paso de las estaciones. En ambos equinocios, a las 7 de la tarde (en el Equinocio de otoño) y a las 6 (en el Equinocio de primavera) en el viejo Manasterio de San Juan de Ortega, un rayo de sol ilumina progresivamente las escenas relativas a la Natividad con un arte naturalista y de gran elocuencia descriptiva. El capitel es triple y se situa en el ábside septentrional. Esta es la secuencia:
- El rayo de sol ilumina el capitel de La Anunciación. En él están representados el ángel San Gabriel y la Virgen María. El ángel (mudo y sin banderola de texto, como sí ocurre en otras representacións) porta una cruz patada (cruz de especial tradición hiipano visigoda cuyas formas perviven en el arte asturiano y mozárabe hasta el románico y algunos momentos del gótico. Inicialmente asociada a los templarios, ha tenido un largo recorrido como símbolo de los Caballeros teutones, de Prusia, dl Imperio Alemnán... Podemos reconocer su figura en "La cruz de hierro" condecoración de honor del ejército alemán y como icono pintado en sus aviones...) La actitud del ángel, arrodillado, es de consideración a la Virgen por su destino de madre de Dios. Después la luz ilumina plenamente a María que la recibe de frente con los brazos abiertos y las palmas hacia ella.
- La Virgen (frente a la luz con las manos abiertas y las palmas hacia delante) acepta la solicitud divina (como parece aceptar la luz que la ilumina de frente).
- A continuación el rayo de luz pasa a iluminar la visita de María a su prima Isabel, donde le comunica que ya ha concebido a Dijos en su seno. Ambas aparecen fundidas en un abrazo. Isabel coloca su mano izquierda sobre el vientre de María en cinta. La figura que aparece tras ellas representa a una sirvienta en segundo plano.
- En la parte central se desarrolla el nacimiento con numerosos detalles anecdóticos. La Virgen aparece acostada en la cama atendida por dos parteras: Zelomí y Salomé (según el evangelio apócrifo Pseudo-mateo). Una en la cabecera y otra casi oculta detrás portando un recipiente. María apoya la mejilla en su mano izquierda, sin duda para manifestar el dolor que siente (esta actitud se aprecia también en otros ejemplos medievales) y al mismo tiempo aumenta la alusión al dolor al colocar la mano derecha sobre su vientre. Sobre ella (quizá para establecer una perspectiva de profundidad) está el pesebre sobre el que han dispuesto al Niño Jesús, que es protegido del frío por el calor que le proporcionan la mula y el buey asomando desde detrás. Tres lámparas de aceite cuelgan a la derecha de una tabla del techo, mientras completa el cuadro una estrella que brilla en el centro. Completa la escena la figura de San José, sentado a la izquierda y con un bastón en forma de tau, adormecido, en una actitud representada frecuentemente en la iconografía como ajena a lo representado que tiene varias interpretaciones. Una es precisamente su carácter de padre putativo que no interviene en el nacimiento; pero en este caso es otro matiz el que se representa, pues la compañía de un ángel sugiere un sueño en el que recibe un mensaje divino para que no repudiase a su esposa y explicarle las circunstancias sobrenaturales por las que ella estaba encinta.
- Termina el ciclo del triple capitel con una epifanía, el Anuncio a los pastores, que aquí se representa en una escena simplificada por la limitación del espacio. Sólo está sugerida por un pastor con su rebaño, al tiempo que escucha el mensaje del ángel que con el índice de la mano derecha señala hacia la estrella y el Niño Jesús.
Matilde Asensi en sus dos libros de ambientación jacobea relata una fascinante aventura de resonancias templarias. En Pergrinatio lo hace de forma resumida; pero en Iacobus se explaya al relatar el expolio de una buena parte del riquísimo tesoro templario escondido en la tumba del santo, cerca del capitel de la Natividad.
—San Juan de Ortega se llamó, en el mundo, Juan de Quintanaortuño, y nació allá por el año ochenta después del mil —nos explicaba a Jonás y a mí mientras avanzábamos por la explanada en dirección a las dos puertas gemelas de entrada de la fachada principal. Sara, respetuosa pero indiferente a nuestro fervor cristiano, se había quedado a descansar en el albergue—. La gente le considera como un simple colaborador de santo Domingo de la Calzada, que es mucho más famoso por haber despejado con una sencilla hoz de segador los árboles del bosque desde Nájera a Redecilla para construir aquel tramo de Camino. —Su tono indicaba que la proeza de santo Domingo era poca cosa para él—. Pero Juan de Quintanaortuño fue mucho más que un simple colaborador: Juan de Quintanaortuño fue el verdadero arquitecto del Camino de Santiago, porque sí santo Domingo despejó un bosque, edificó un puente sobre el río Oja y levantó una iglesia y un hospital de peregrinos, san Juan de Ortega construyó el puente de Logroño, reconstruyó el del río Najerilla, levantó el hospital de Santiago de aquella ciudad y edificó esta iglesia y esta alberguería para auxilio de los jacobipetas.
Habíamos entrado en el pequeño santuario, suavemente iluminado por la luz que filtraban los alabastros de las ventanas. Un ensordecedor zumbido de moscas, que sobrevolaban en círculos la nave central, ahogó la voz del sacerdote. El sepulcro de piedra, abundantemente cincelado por todas sus caras, estaba situado frente al altar, y allí se mantenía, solitario y mudo, totalmente indiferente a nuestra presencia. El frade nos arrastró hacia un lado.
—Las mujeres estériles vienen mucho por aquí—continuo—. La popularidad de san Juan se debe sobre todo a sus milagros para devolver la fertilidad. Y buena culpa de ello la tiene este dichoso adorno.
—Y señaló el capitel que teníamos sobre nuestras cabezas, el del ábside izquierdo, en el que se veía representada la escena de la Anunciación a María—. Pero yo creo que nuestro santo merece una celebridad mejor, por eso estoy recopilando los numerosos milagros que hizo curando a enfermos y resucitando muertos.
—¿Resucitando muertos?
—¡Oh, si! Nuestro san Juan devolvió la vida a más de un pobre difunto.
¿Fue casualidad…? No lo creo, hace mucho tiempo que dejé de creer en las casualidades. Mientras se producía esta conversación, un rayo de luz procedente de la ojiva central del crucero comenzó a iluminar la cabeza del ángel que anunciaba a Maria su futura maternidad. Me quedé como embobado.
—Es bonito, si —dijo el viejo observando mi distracción—, pero a mí me gusta más el otro, el de la derecha.
Y nos condujo hacia allí sin muchas contemplaciones. Jonás le seguía como un perrillo, sorteando el túmulo con un giro rápido similar al de nuestro mentor. El remate de columna del ábside derecho representaba a un guerrero con la espada en alto haciendo frente a un caballero montado. Pero yo seguía desconcertado por el otro, por aquella luz que iluminaba al ángel. Algo estaba germinando en mí cabeza. Giré sobre mi mismo y volví atrás. El rayo de luz alumbraba ahora a María. Si seguía con su trayectoria, acabaría iluminando la figura en piedra de un anciano, probablemente un san José, que descansaba todo el peso de su edad sobre un báculo en forma de Tau… templario. No lo pensé dos veces y lo cogí al vuelo, guardándolo entre los pliegues de mi saya mientras seguía al muchacho escalerilla arriba a toda velocidad.
No había nada particular en el exterior. Aparentemente, la iglesia continuaba igual de silenciosa, fría y desierta que cuando descendimos a la cripta.—Lamento haber malogrado vuestras pesquisas —se disculpó Jonás, apesadumbrado.
—No te preocupes. Seguro que has percibido algo y no seré yo quien te culpe por ello. Todo lo contrario.
Aún no había terminado de proferir las últimas palabras cuando un chasquido nos hizo girar las cabezas, sobresaltados, hacia la sepultura. Un pequeño rumor precedió a un golpe seco, a un ruido de desmonte y desprendimiento cuyo fragor aumentó hasta hacer crepitar el suelo. Las losas de la tumba de san Juan de Ortega se inclinaron hacia el interior y cayeron al vacío, provocando una polvareda que ascendió hasta el techo del santuario y se mezcló con la nube amarilla de veneno. El estrépito era ensordecedor. Parecía que la iglesia se nos iba a venir encima de un momento a otro.
—¡Corre, Jonás, corre! —grité con toda mi alma, dándole un empujón que lo lanzó hacia la puerta.
Pero no sé qué fue peor, porque afuera nos esperaba, espada en ristre, el conde Joffroi de Le Mans con todos sus hombres.
—¡Hablad!
—¡Ya os lo he explicado cien veces! —repetí dejando caer la cabeza pesadamente entre los hombros—. Tenía que ver lo que había allí abajo antes de que vos arramblarais con todo. ¿Qué más queréis saber?
Los hombres de Le Mans trabajaban apresuradamente en el fondo de la cripta. Ya habían sacado todos los tesoros (que se agolpaban amontonados bajo el mismo capitel de la Anunciación que me había indicado su existencia) y ahora se afanaban reparando los estragos ocasionados por el derrumbe. Por lo que habíamos podido comprobar a deshora, la tapa del sepulcro era, en realidad, la pieza que sujetaba toda la estructura de la cámara secreta y, al quitarla, habíamos provocado la avalancha, tal y como alguien calculó metódicamente que ocurriría. ¿Qué detalle había pasado por alto? ¿Cuál había sido el fallo?
—Si no os mato ahora mismo es porque habéis empezado a cumplir con vuestra misión de encontrar el oro —bramó Le Mans—, pero el Papa será puntualmente informado y tened por seguro que no quedaréis sin castigo.
—Ya os he dicho, conde, que era necesario.
—Mis hombres repararán el daño y no quedará huella del desastre cuando despunte el día. Pero si los templarios llegasen a sospechar lo que estáis haciendo, ni vos ni vuestro hijo, ni esa judía que os acompaña, viviríais para ver un nuevo sol.
Pero para nuestro sencillo villancico nos hemos centrado en resaltar el original juego arquitectónico del milagro de la luz, y la breve descripción de otro milagro mucho mayor: El Nacimiento. Todo rodeado, eso sí, de un halo de misterio y algún guiño cinematográfico. Está contado en cuartetos con estructura silábica bastante libre (10-14 sílabas) auque la rima se mantiene consonante ABBA.
He de confesar que "las hormigas" (despúes de releer este poema escrito hace más de un lustro) me dejó perplejo... ¿Fue solo por la rima? Reflexionando he llegado a conclusión de que, resaltando nuestra humilde condición con respecto al divino creador, así podemos ser: como pequeñas hormigas que se afanan por realizar obras grandiosas (y que, de alguna manera, logramos).
De la celestial arquitectura las hormigas
intentan copiar la magia, la hermosura,
los fenómenos de luz, las esculturas;
y no debes dudar que lo consigan.
El veinte de marzo en la clausura
de un viejo hospital compostelano
un rayo de luz llevado de la mano
divina cruza la estancia oscura
Entonces se revela el antiguo arcano,
se abre la puerta equinocial de primavera
y el postrer rayo del día besa la entera
figura de una virgen y un ángel cercano.
Pasea el rayo por la historia verdadera
que acaba en un establo, en un momento
la película de luz de un nacimiento
que un santo dirigió hace una era.
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