EL PEQUEÑO ROBIN HOOD
El pequeño Robin Hood: Ácida crítica al injusnto reparto de regalos diferenciados entre los nios ricos y pobres. |
¡MANOS ARRIBA, SUS MAJESTADES!Mario estaba en su cama dándole vueltas a su plan para el atraco. No sería demasiado difícil. Sus majestades sólo podían entrar por la terraza o por la puerta. Estaba claro que vendrían solos. Los pajes, los camellos... eso eran cuentos chinos ¿Cómo van a subir los camellos las escaleras o trepar por una cuerda? ¿Y qué harían tantos pajes en el salón de su casa, con lo pequeño que era? Tenían que subir solo los tres (o quizás uno o dos a lo sumo). No necesitaban mucho personal para acarrear su pequeño regalo: una vulgar pelota de goma, de las que se pinchan a la primera... Claro que si llevaban un sólo regalo, tendría que secuestrar a uno de ellos y pedir de rescate 10 o 12 juguetes buenos, como los de Carlitos que le enseñó la carta y la lista no se acababa nunca. Usaría la pistola de juguete que le regalaron el año pasado, daría el pego pues parecía de verdad. Pondría una terrible cara de malo para que se lo tragaran...
Lo más seguro es que subieran por las escaleras, si no deberían tener las manos despellejadas de tanto trepar: habrá por lo menos 1000 casas en el pueblo -pensaba-. Deben tener una llave maestra o algún truco de magia para abrir la puerta. Él de mayor querría ser abridor de puertas y conocer un truco así sería fabuloso. Tenía que idear una forma de enterarse de cuando llegaban para pillarles con las manos en la masa. Pensó en dejar a su perro Toby en su cojín junto a la entrada; sabía que se asustaría con su llegada y correría a meterse en su cama. Eso le despertaría y sabría entonces que había llegado el gran momento.
No podía dejar que le reconocieran. Si llegaban a verle el rostro se quedaría sin regalos de por vida ¡y seguro que se lo dirían a sus padres los muy chivatos! Usaría el disfraz de fantasma que se hizo con una sábana para la noche de Haloween y hablaría con voz profunda y cavernosa para disimular su acento. Si llegaban a identificarle aún le quedaba el remedio de obligarles a punta de pistola a beber entera la botella de anís. Con las copas que llevaban de otras casas y toda la botella de golpe seguro que luego no recordarían nada...Le preocupaba que llevaran espada. ¿Acaso no son Reyes? Todos los reyes tienen una espada grandísima. Pero seguro que no la usan. Son buenos ¿no? Con esa cara que ponen siempre en la cabalgata seguro que se dejarán robar.
De todas formas algo podría salir salir mal…Tengo que pensar en un plan B -se dijo-.
Está bien, si me entra el pánico o no puedo acercarme a ellos saldré al pasillo y rapiñaré todos los paquetes que hayan subido, porque ¿subirán todos los paquetes a la vez? ¿no? No van a estar subiendo y bajando escaleras para cada vecino, digo yo...Mario seguía dándole vueltas a su plan. Desde el pequeño salón llegaban murmullos y voces apagadas... ¡Cuánto tardaban sus padres en acostarse! Poco a poco enmudecieron los siseos y cesó el leve crujir del papel de embalaje. Se apagó la última luz. Mario dormía profundamente.
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