EL VIEJO NICOLÁS
El viejo Nicolás: Reivindicación de este personaje real e histórico en contraposición con la invención del conocido Papá Noel. |
Este villancico está inspirado en un relato que escribí hace diez años. Hace tiempo que sospeché que el Noel que nos muestran, el Santa Claus que nos colocan inevitablementecada Navidad era u impostor. Tres villancicos harán referencia a este personaje: «El papá Noel y la niña pequeña» (un viejo tema de mi admirado G. Brassens que la provecha para realizar una ácida crítica al proxenetismo -a la pederastia, incluso si se interpreta la canción literalmente-), «Del rojo al verde» (irónica deriva del mito haciéndole caer en una vulgar rijosidad) y este que presento ahora donde le desenmascaramos como impostor. Investigué un poco el origen de este personaje y, lo que descubrí, lo muestro a continuación. Conviene conocerlo. Os lo cuento a continuación por medio de este relato navideño que escribí hace algo más de 10 años. De este texto nació esta canción.
EL VIEJO NICOLÁS(Relato de Navidad, 2012)
Poco antes de su largo viaje en la Navidad de 2013 Papá Noel reflexionaba sobre la transformación que, por unas cosas o por otras, había ocurrido en su persona. Estaba preparando sus emorias, una debilidad que delataba que se sentía un poco mayor, un tanto cansado...
Había nacido hacía más de 1600 años en la ciudad de Pátara, en una región de Anatolia conocida como Lycia que quiere decir Tierra de Lobos. Sus padres le pusieron Nicolás, pero son ya muy pocos los que le conocen por ese nombre. Muy lejos en el tiempo, el viejo Nicolás recuerdaba a sus queridos padres, ricos comerciantes que le colmaban de atenciones, y a su tío obispo Nicolás del que heredó el nombre. Con pocos años la peste hasbía infectado todo el país y sus padres murieron por ella dejandole huérfano. Aún está viva en su memoria la pena de aquellos días y su decisión de aliviar su dolor ayudando a los más necesitados. Al alcanzar la mayoría de edad, repartió su rica herencia entre los más débiles de la Sociedad, sobre todo entre los niños por los que siempre sintió predilección. Lo hacía humildemente, de incógnito; pero -recuerda con resignación- en una ocasión fue descubierto y esto ocasionó que, a partir de entonces, le fuera encomendada hasta la eternidad la misión que año tras año lleva a cabo en todos los países de raíces cristianas en el mundo: llevar a los niños los regalos de Navidad.
Todo empezó aquel día en que llegaron a sus oídos los apuros de un pobre y anciano padre que no podía reunir el dinero de la dote para el casamiento de sus tres jóvenes hijas. Nicolás se conmovió al imaginar la vida que les aguardaba: solteronas y avergonzadas de por vida. Compadecido, decidió introducirse una noche en su casa con una bolsa de monedas de oro que dejó en los calcetines de la hermana mayor. Reconfortado con la manifiesta alegría de la joven continuó sus incursiones dos noches más dejando en cada ocasión una preciada bolsa de monedas en los calcetines de las dos hermanas restantes que, esperanzadas, habían puesto a secar sobre la repisa de la chimenea cada noche. Recuerda vívidamente cómo fue descubierto por el anciano padre y como este, pese a sus súplicas, lo había pregonado por toda Pátara. Su destino quedó escrito para siempre desde ese mismo instante.
De su vida a partir de entonces, pocos se acuerdan. Aún guarda en su ropero el traje de obispo con que le problamaron a los 19 años; aunque ya no le sienta tan bien; por entonces era alto y Delgado, no como hoy regordete y más bien bajito. También su cara se ha transformado y el gesto enérgico y serio de los iconos ortodoxos donde le retrataron ha dado paso a la expresión risueña de un amable anciano con sobrepeso. Suspira al pensar que su vida por entonces estaba repleta de acción y frenesí: milagros, conversiones, resucitanciones, cruzadas contra los herejes, presidios (sonríe cuando recuerda la ocasión en que quemaron su preciada barba en la carcel por orden del emperador Licino); pero los recuerdos más dulces son los que se refieren a sus viajes en burro llevando regalos a los niños de su diócesis. Sabe bien que murió hace tiempo, el 6 de diciembre del año 345, y está al tanto de que su cuerpo fue trasladado tras la conquista musulmana a la ciudad italiana de Bari donde se le venera desde entonces; sin embargo ahora ha trasmutado en un ser especial, una especie de ángel atípico tan apegado a las costumbres terrenales que no duda en brindar con coca-cola.
El caso es que tras aquellos regalos a las jóvenes en Pátara todo el mundo aprovechó la ocasión para resucitar una costumbre ancestral en muchos pueblos a lo largo de la historia: celebrar el solsticio de invierno con fiestas y regalos a los niños. Irónico destino el suyo, que luchó con determinación por erradicar los cultos paganos en su época, ordenando demoler el conocido templo de Artemisa en Myra. A partir de ahora, su historia proporcionaba la escusa perfecta para continuar una costumbre pagana revestida de motivos religiosos: San Nicolás de Bari traería regalos a los niños cada Navidad.
Durante cientos de años estuvo realizando su dulce y generoso desempeño en Europa (América aún no se había descubierto) y acomodó su actuación a las diferentes maneras que le solicitaron en cada país. En general, repartía obsequios en la noche del 5 al 6 (el día de Reyes en algunos países como España), pero las disputas religiosas durante la Reforma hicieron que los protestantes alemanes reclamaran que fuera el propio Niño Jesús (Christking) quién repartiera personalmente los regalos. El pobre San Nicolás sufría por la disputa religiosa en que se vio envuelta la Cristiandad. No le importó que fuera el mismísimo Dios Niño quién repartiera los regalos que se afanaba en acumular a lo largo del año: ¿Quién era él para hacerle sombra? Pero la tradición de muchos países seguía invocándole en cada Navidad. Lo que sí tuvo que modificar fue la fecha de las entregas: para homenajear al niño Jesús se trasladó la fecha al 25 de diciembre, día de su nacimiento.
Con el paso de los siglos y la influencia protestante en aumento San Nicolás comenzó a esfumarse de la mente de los niños de todo el mundo. Sólo en Holanda aún le recordaban con su atuendo de obispo, montado en un burro y llevando un saco con juguetes para los niños buenos y un cesto de varas para los desobedientes (esto le desagradaba profundamente, no iba con su estilo; pero los padres debían encontrado en ello una escusa perfecta para castigar así las pequeñas travesuras de sus pequeños). Más tarde las varas se sutituyeron por un pasaje en el barco donde él debía llegar (El Espanje, o España) que llevaría a los niños malos a aquel país (el castigo debía ser terrible pues Holanda estaba en guerra con España y los españoles tenían fama de sanguinarios, algo así como una especie de "Coco" con que se asustaba a los niños holandeses). San Nicolás llegó a tener un serio conflicto con los Reyes Magos, patronos de la Navidad en aquel país.
Su primer viaje trasatlántico ocurrió allá por 1624, cuando los emigrantes holandeses que fundaron la ciudad de Nueva Amsterdan (más tarde rebautizada por los ingleses como Nueva York) le llevaron con ellos. Éstos le llamaban (Sinterklaas). Con ese nombre, "Santas Claus", se extendió su fama por toda Norteamérica y tuvo que duplicar la producción de regalos.
Con el paso del tiempo, su historia se contó tantas veces, por tanta gente y de manera tan diferente que él mismo acabó por no reconocerse. En 1809, el escritor Wasingthon Irwing, escribió su “Historia de Nueva York” y describió su llegada a la ciudad. Su relato se hizo tan famoso que incluso los propios ingleses popularizaron definitivamente su imagen sin sus estimadas ropas de obispo ni el querido caballo blanco volador que estuvo utilizando durante cientos de años. Unos años después apareció aquel profesor de estudios bíblicos de Nueva York, Clemen C. Moore, que editó un poema trufado de magia pagana y leyendas laponas que le obligaron a cambiar de look: hubo de envejecer y modelar un cuerpo rechoncho y bajito (¡Por Dios, su santidad transmutado en gnomo! ¡Él, que fue de las personas más altas de Pátara!). Además tuvo de trasladar sxu residencia a Laponia y domesticar unos cuantos renos para tirar de su trineo con los regalos. Por añadidura le cambiaron la fecha de las entregas y situaron su llegada la víspera de Navidad. También le obligaron a realizar una penosa dieta de engordamiento para no defraudar a los pequeños. La puntilla definitiva de su desnaturalizado aspecto llegó al publicarse su nueva imagen en la revista Harper's Weeklya. Las ilustraciones de aquel caricaturista político (¡Válgame Dios!) llamado Thomas Nastan le retrataron a partir de entonces gordo y le obligaron a trasladar toda su logística al Polo Norte.
De esta guisa vestido y con su nuevo y desmejorado aspecto realizó, avergonzado, la vuelta a su continente natal. En los dos últimos siglos su nueva imagen regresó transformada a Europa llegando a Gran Bretaña y de ahí Francia, España y en otro viaje trasatlántico más a hispanoamérica. Puesto que los ingleses le llamaron Padre Navidad (Father Christmas) y los franceses Pére Noel, en España se le bautizó definitivamente como Papá Noel.
La guinda a la degradación de su imagen se la puso la empresa Coca-cola. En aquella desgraciada campaña publicitaria de 1930, le dibujaron en un cartel anunciador escuchando peticiones de los niños en un centro comercial. El maldito sueco Habdon Sundblom continuó diseñándo su figura durante las sucesivas navidades hasta 1966 forzándole a aparecer asociado a la famosa marca de bebidas (¡Y sin cobrar, que al menos sus derechos de imagen podrían engrosar el saco de los regalos!). Desde entonces se ve obligado a maquillarse cada año, ante el espejo, con la imágen definitiva de grueso y bonachón anciano de ojos picaros y amables, vestido de color rojo con ribetes blancos: los colores oficiales de Coca-cola.
El viejo Nicolás se siente cansado. Desterrado al Polo Norte, ya sólo es reclamado para conducir el Reno-Exprés del centro comercial. Ya no regala, sólo realiza entregas: encargos de papás y mamás que dilapidan partes sustanciosas de sus sueldos en costosos regalos de efímera ilusión. Hace tiempo que no otorga dotes a desesperadas jóvenes casaderas, ni hay niños que se sorprendan ante la llegada de su burrito cargado de regalos inesperados... los encargan por catálogo en el Corte Inglés. Quizás, piensa, mi tiempo se acaba. Pasea su trineo constelado de leds luminosos por las calles desiertas contemplando con tristeza los rojos muñecos, pobres títeres de sí mismo, colgados (casi ahorcados) bajo las ventanas. En el frío de la noche intenta se escucha su peculiar risa bonachona: Jo, jo, jo... que termina ahogada en un convulso ataque de tos.
- ¡Vaya, ya me he vuelto a resfriar!
Para que compusiera la música le propuse a Suno un estilo Suno relacionado con Noel (Navidad; Suno interpreta mejor las instrucciones en el inglés original), jingle bells, villancico... No recuerdo más detalles. La melodía que me devolvió llegó acompañada de solos de guitarra al estilo de Dire Street y me gustó mucho. Aunque realicé variaciones muy interesantes (con melodía mucho más ajustada a los habituales tonos navideños) me decanté por esta que, con un toque épico y rebelde reivindica el personaje histórico, el Santo original que hacía regalos a los niños en la lejana Anatolia (lejana en el espacio; pero también en el tiempo). Un San Nicolás un tanto rokero y desencantado que se queja y reivindica ante un Papá Noel creado ex profeso por unos patrocinadores con intereses espúreos.
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