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miércoles, 13 de noviembre de 2024

La frustración de Herodes

 LA FRUSTRACIÓN DE HERODES


El gobierno despótico de Herodes queda demostrado por muchas de sus medidas de seguridad, destinadas a reprimir el desprecio que sus súbditos sentían hacia él, sobre todo los judíos. Por ejemplo, se ha sugerido que Herodes usó su policía secreta para vigilar e informarse acerca de los sentimientos que tenía el pueblo hacia él. Intentó prohibir las protestas y eliminó a algunos opositores por la fuerza.​ Tenía una guardia personal (en latín corporis custodes) de dos mil soldados.​ Josefo escribió sobre la presencia de varias unidades de la guardia personal en el funeral del rey. Estas unidades estaban formadas por Doryphnoroi, tracios, celtas (probablemente galos) y germanos. Su orden de matar a los niños varones de Belén de más de dos años carecía, para él, de relevancia ética.

Mateo dice que este acontecimiento cumple con la profecía de Jeremías (Jer 31, 15).

Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen.»

Evangelio de Mateo 2, 16-18

José María Cabodevilla sugirió el significado que este crimen pudo tener para Herodes I el Grande:

"Pero los clamores de los padres de aquellos niños inocentes no llegaban a sus oidos. Acababa de retirarse, presa de terrible enfermedad, a las caldas de Callirhoe, junto al Mar Muerto. Su corazón, además, no era sensible a clamores de esa naturaleza. ¿Qué podía importarle a él la muerte de veinte o treinta hijos de pastores sin nombre? La ejecutoria de su reinado se compone, sobre todo, de hazañas criminales. Apenas conquistó Jerusalén y se instaló allí como rey, ordenó matar a cuarenta y cinco partidarios de Antígono, su contendiente. Mató a su cuñado Aristóbulo, a los dos esposos de su hermana Salomé, a su propia suegra Alejandra, a su mujer Marianne, a sus hijos Alejandro y Aristóbulo. A sabiendas del terror y hostilidad que su persona despertaba, con el fin de evitar la alegría del pueblo en el momento de su muerte, ordenó a sus más íntimos colaboradores que, cuando él muriera, pasaran por las armas a incontables judíos ilustres que previamente habían sido concentrados en el hipódromo de Jericó.

¿Que suponía para este monarca, sanguinario como nadie, la sangre de treinta niños? Quizá verdaderamente supuso mucho. ¿Para bien o para mal? Los más sagaces historiadores, que quizá descubran aún nuevos crímenes a cuenta del famoso rey, no podrán jamás revelarnos los últimos minutos de aquella vida atroz [...]

Si en un villancico anterior "La muerte de Herodes" poníamos énfasis en lo morboso de su enfermedad y lo terrible de su muerte, aquí celebramos con humor  las consecuencias estomacales de su cólera mal contenida. En parte relacionada con su enfermedad; pero sobre todo, haciendo referencias al disgusto y frustración por la huída de Jesús, este Herodes baja de su pedestal hasta el nivel más vulgar de "mancharse los pantalones" y de ahí, el final del villancico con la alusión de que en el rincón donde está el castillo de Herodes huele mal. 






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