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viernes, 1 de noviembre de 2024

Jesusito de mi vida

 JESUSITO DE MI VIDA


Jesusito de mi vida: Conversación de un tocayo de Jesús (al igual que el autor del villancico) con su amigo de mismo nombre intentando conseguir prevendas por tener el nombre compartido.

 "... darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.  Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo..."

Cerámica  representando el versículo evangélico relativo a la anunciación (Lc 1, 31-32)
en el Santuario Mariano de Torreciudad

Cuando era niño, mis amigos y yo, bromeábamos a menudo sobre los nombres y en mi caso concreto con la casualidad de llamarme Jesús, ser Grande (de apellido) y haber sido llamado "Hijo del Altísimo" en alguna ocasión (lo hizo algún amigo para completar la profecía, a pesar de que mi padre es más bien bajito). Tomábamos así el nombre de Dios en vano con infantil inocencia y, quizás por un instante, llegaba yo a creerme tocado por algún soplo de divinidad.

El asunto del nombre tienen relevancia especial para el individuo. La Biblia cita el tema en varias ocasiones: "El nombre dado a una persona era de importancia vital en la antigüedad, venía a ser algo así como su esencia, “su yo”; allí donde estaba el nombre estaba la persona (Dt 12, 5). El nombre también implicaba “propiedad”. Cuando el nombre de una persona era pronunciado sobre algo o sobre alguien este quedaba sometido bajo el dominio de aquel cuyo nombre era pronunciado. Y es que para los antiguos el nombre no era sólo aquello que designaba, caracterizaba o distinguía a alguien, sino que constituía un elemento esencial de su personalidad (1 Sam 25, 25). Lo que no tuviera nombre simplemente no existía (Ecl 6, 10). Un hombre “sin nombre” era insignificante, despreciable (Job 30, 8)."

En la actualidad celebramos el nombre con la fiesta del "santo" (que tiene sus raíces en la costumbre de bautizar a los niños con el nombre del santo del día). Tengo una espinita clavada desde pequeño relativa a esta tradición: Mi nombre es Jesús y ¡No hay santo! ¡No existe San Jesús! Me quedaba siempre con una celebración menos, con un injusto déficit de regalos respecto a otros niños... Al principio pensaba que mis homónimos antecesores fueron malas personas pues ninguno alcanzó la santidad, De alguna manera tenía la sensación de pertenecer a una casta maldita. Luego me enteré de que llevar el nombre de Dios se consideraba blasfemo hasta llegado el s. XIX y para entonces ya se habían acabado los buenos momentos para alcanzar la santidad: persecuciones cristianas en Roma, heroica resistencia ante los infieles sarracenos, martirios en tierras de misión... Santa Teresa (que de niña se fugó de su casa en Ávila para entregarse al martirio en manos de los moros) se sentiría muy frustrada en estos tiempos de "crisis" de santidades. Actualmente apenas me conforta saber que mi santo se celebra el 1 de enero: ¿Quién puede llamar la atención de sus conocidos con la celebración de su santo el día de Año Nuevo, tras la resaca de la Nochevieja?

Jesús, mi nombre, parece ser (hay discusiones y polémica en internet al respecto) es la forma latinizada del griego “Iesous”, término con el que Cristo es identificado en el Nuevo Testamento. Este nombre deriva del hebreo “Yeshú”, forma abreviada de “Yeshúa”, la variante más extendida del nombre “Yehoshúa”, que etimológicamente significa: “Yahveh salva" o “Yahveh es salvación”.

Este nombre no fue frecuente en España, en época medieval, al considerarse irreverente utilizar el nombre de Jesús. Posteriormente comenzó a utilizarse, normalmente en forma compuesta , tanto para hombre como mujer: Jesús María, Antonio Jesús, Pedro Jesús, María Jesús, etc. Desde entonces ha sido un nombre frecuente en España pues es el máximo representante de la tradición católica. Sus variantes más populares en castellano: Cuco/a, Chus, Suso, Chusa /Chusi (María Jesús) y en otras lenguas: Josu/Josune (vasco), Xesús (gallego), Jèsus (francés), Jesus (inglés, portugués, alemán), Gesù (italiano).

En otros países de tradición cristiana se quedan a menudo sorprendidas con esta costumbre tan hispánica de bautizar a un niño con "Jesús". Que alguien se llame Jesús les resulta a ellos tan extraño como nos resultaría nosotros que un padre quisiera ponerle a su hijo Cristo o, incluso, Dios. Detrás de esta escasez del nombre Jesús hay una mezcla de devoción y temor religiosos. En Alemania llegó a estar prohibido dárselo a los niños porque se consideraba que podía herir los sentimientos de la comunidad cristiana. En 1998 el tribunal de Fráncfort del Meno lo autorizó argumentando que si nadie se escandalizaba porque hubiera personas llamadas María tampoco tendría por qué pasar nada si alguien se llamaba Jesús. La nota de prensa relativa a la sentencia se refería explícitamente a lo corriente del nombre en los países de habla española, de notoria tradición cristiana, como prueba de que nadie tenía por qué ofenderse.

Añado también para los curiosos un registro de popularidad en España (no es información contrastada, pero parece fiable):

Década

Inscritos como Jesús

Tanto por mil de los nacidos

2000

16490

7.55‰

1990

25631

11.27‰

1980

34181

10.96‰

1970

44469

10.49‰

1960

53340

14.29‰

1950

47083

16.60‰

1940

38156

17.19‰

1930

25700

16.01‰

1920

14059

15.49‰


Y entrando directamente en el contenido de nuestro villancico, se trata de  un poema que expresa de manera conmovedora y reflexiva un diálogo entre un niño llamado Jesús y su deseo de ser como el Jesús bíblico. 

El tema parte de la Identidad Compartida: El niño protagonista se identifica con Jesús por el nombre que comparten, pero a la vez siente una profunda diferencia en sus vidas. Esto crea una tensión entre el deseo de ser igual a Jesús, alguien divino, amado y respetado, y el sentimiento de inferioridad que el niño experimenta al verse castigado o no querido. El niño anhela ser querido y tener amigos como Jesús, lo que refleja una necesidad de pertenencia y afecto. En la última parte, Jesús ofrece al niño una cruz, simbolizando que para ser como él, no solo hay que aspirar a su gloria o divinidad, sino también a su sacrificio y sufrimiento. Esto aporta un mensaje profundo: ser como Jesús no es simplemente recibir amor y regalos, sino también cargar con las dificultades de la vida y con la responsabilidad de hacer el bien.

En cuanto a la forma el poema adopta un estilo conversacional: con un lenguaje sencillo y coloquial, con un tono muy infantil y accesible, lo que lo hace cercano y fácil de comprender. Los nombres diminutivos y afectuosos como "Jesusín" y "Chuchi" contribuyen a la ternura del texto. La estructura rimada en cuartetos le da al poema un ritmo constante que permite adaptarse fácilmente a la melodía y lo hace ideal para un villancico. La rima asonante en varios versos contribuye a que el poema fluya de manera agradable, aunque en algunos casos el ritmo se siente un poco irregular. El poema juega con el contraste entre la grandeza de Jesús como figura divina y la vulnerabilidad del niño, que se siente menospreciado y falto de amor. 

El poema termina con una lección sobre la verdadera naturaleza de ser como Jesús. Mientras el niño busca la grandeza y el reconocimiento, Jesús le enseña que esto implica llevar una "cruz pesada", es decir, asumir responsabilidades y sacrificios. Es un mensaje profundo envuelto en una forma simple y tierna.



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