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lunes, 25 de noviembre de 2024

Villancico del maestro

 VILLANCICO DEL MAESTRO

Villancico del maestro. Un maestro recibe en la sinagoga a una joven pareja, donde la mujer está a punto de dar a luz. Buscan alojamiento y el maestro ayuda en el parto. Sueña con aquel niño como futuro alumno suyo.

NOTA: Este villancico está dedicado a Ramiro Salgado, editor del programa de radio de "Onda Cabanillas" Relanza360 y de la web Relanza360. Soluciones Digitales. Él fue mi maestro durante las semanas en que emití en Onda Cabanillas.

Durante seis años ejercí de profesor de asistencia domiciliaria. Visitaba cada día de colegio a los niños enfermos en sus casas y les ayudaba en sus tareas escolares en el entorno familiar. Esa grata y emocionante actividad me inspiró este villancico.

Como el maestro del villancico debía desplazarme, buscar aparcamiento en calles y garajes, lugares donde comer… Ese ambiente transeúnte se refleja un poco en el villancico. También la provisionalidad de muchos maestros que hace que, frecuentemente, tengan que residir en alojamientos temporales de forma precaria durante un tiempo (podría contar una anécdota sobre una noche pasada en un banco de un parque de Parla, allá por el inicio de los años 80 por no encontrar alojamiento el primer día de clase).

Se me han quedado en el tintero muchos detalles de la educación y la escolarización en tiempos de Jesús. Voy a intentar completar esa información reseñada en los villancicos: "En la Biblioteca del Templo" y "Jesús leía", emitidos ya en este programa.

El uso de la escritura era ya corriente en Israel desde una época antigua. En primer lugar hay que tener en cuenta la existencia de los escribas de profesión, como por ejemplo los de la administración real. El escriba se servía de un rollo, confeccionado de hojas de papiro o de piel de carnero (pergamino) y escribía con tinta al dictado del autor. Normalmente lo hacía en columnas no muy anchas de modo que el lector, enrollando con una mano y desenrollando con la otra, tuviera a la vista tres o cuatro columnas a la vez.

En las sinagogas se aprendía a escribir al estilo romano con un pequeño punzón usando unas tablillas de cera que se podían usar, borrando el texto al recalenar la cera, muchas veces. Sin embargo la enseñanza se realizaba sobre todo oralmente. El maestro, o el padre, leía un texto o frecuentemente lo recitaba de memoria, pues en tiempos de Jesús el precio de los rollos de papiro o de pergamino era muy caro. No era frecuente que una familia normal y pobre como la de José los tuviera; pero si era muy probable que tuvieran en la sinagoga de Nazaret una copia de la Torah o de los profetas. El método de enseñanza consistía en leer un breve fragmento del texto sagrado o recitarlo de memoria; después el maestro lo explicaba, aclaraba dudas, hacía preguntas y a continuación comenzaba la repetición del texto: los alumnos lo repetían hasta que quedaba fijado en su memoria. La enseñanza oral, a pesar de que se tuviera la Torah o la ley escrita, era en Israel la base de la educación, sobre todo de la educación religiosa que era el fundamento de toda instrucción.

Poco a poco estas formas tradicionales de instrucción fueron adquiriendo un carácter más estable y se fueron  institucionalizando. Si al principio el pueblo de Israel instruía de un modo arbitrario, desorganizado y espontáneo, con el paso del tiempo los sacerdotes, profetas y sabios se fueron agrupando para impartir una educación más estable. Los alumnos elegían a sus maestros, se forman las escuelas (al principio en las casas de los enseñantes) y se crea el “discipulado” (un maestro escogía un grupo de discípulos y los educaba). Recordemos que el mismo Jesucristo era llamado "Rabí" (Maestro) y que este escogió a sus "discípulos" para que le siguieran y aprendieran. Al igual que ocurrió en Egipto y Mesopotania, en las capitales de esos pueblos se formaron escuelas a partir de los funcionarios reales, y se organizó todo un sistema escolar que duró largamente. En Jerusalén pasaría seguramente lo mismo y podemos encontrarnos con escuelas alrededor de la corte real y del templo. La palabra escuela la encontramos por primera vez en el libro del Eclesiástico escrito hacia el año 190 AC, en donde se dice que el propio autor (un tal Simón, hombre culto y experimentado, conocedor, por sus viajes, de diversos pueblos y culturas) regentó en Jerusalén una escuela bet midras (literalmente: casa de interpretación)-, es decir, una academia o escuela para estudios de los libros sagrados del judaísmo . 

La sinagoga es, pues, en tiempos de Jesucristo el lugar propio de la escuela, allí se enseña a leer, a interpretar, a rezar, a ofrecer sacrificios, a vivir según la Tora. Se trata de un lugar dedicado no solamente de adquisición de conocimientos sino también de virtudes; se enseña allí a vivir según la Ley de Dios. 

Constituía una continuación de la formación que se daba en el ámbito familiar. Hoy día es reconocido unánimemente que la familia es la primera educadora y la escuela debe continuar y colaborar con los padres responsables sin sustituirlos ni contradecirlos. El proyecto educativo de muchas escuelas privadas y públicas tiene como criterio la prioridad y colaboración entre la triada padres-profesores-alumnos . Así pues podemos suponer que José y también María seguirían muy de cerca todo lo que Jesús aprendía en la Sinagoga y sería tema corriente de conversación en el hogar de Nazaret.

Expuesta ya las referencias históricas referidas a los maestros de Jesús y a él mismo como “Rabí” pasemos a analizar nuestro villancico de hoy. El poema en que se basa surgió de la idea de felicitar a mis compañeros en una Navidad. Por aquel tiempo era maestro de atención domiciliaria y visitaba las casas de niños que no podían acudir a la escuela por causa de su enfermedad. El estado asegura la educación de todos y la posibilitaba en estos casos excepcionales mediante el envío de maestros a su domicilio. Durante varios años realicé esta actividad tan grata en muchas ocasiones (inevitablemente triste en otras). Esos traslados, los viajes de decenas de kilómetros diarios en coche de pueblo en pueblo, subyacen en el fondo de este villancico.

Compuse una historia de desarraigos con la provisionalidad de un maestro en la sinagoga en el frío diciembre, una familia forastera sin alojamiento y la dificultad de encontrarlo en el pueblo de Belén. A ello se suma el parto inminente de María y el apuro del maestro que debe ayudar en el mismo. La fantasía del maestro imaginando a ese niño recién nacido como futuro discípulo termina con una interpelación retórica del narrador: “Mi pobre maestro ¡no aprendes, no aprendes…!” ¿Qué quise decir? Relmente no estoy muy seguro. Es una expresión que surgió casi de manera inconsciente, automática. Puede ser que pretenda destacar que su pobre sabiduría de maestro es insignificante comparada con el Hijo de Dios, o que denuncie su pequeña vanidad de maestro por tener un discípulo tan significado, o simplemente una crítica al error profesional de creer que el maestro “sabe” y el niño “aprende” mediante sus enseñanzas exclusivamente…

Ahí queda. La duda puede resultar fructífera.


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